En el instante exacto del atardecer, abre una flor amarilla, radiante y luminosa.
Son decenas de flores las que abren y todas son una. La flor nocturna, pienso…
En ese sincronismo entre la caída del sol y el despertar de la flor, hace su aparición el colibrí patagónico, característico por sus colores tierra y su ser fugaz. Se suman dos abejorros negros que veo caer una y otra vez como flechas sobre el monte. Beben el néctar de la flor nocturna en una danza armónica y sincronizada.
Un milagro natural perfecto del que nace esta serie de obras en la casa taller de mar – La Lobería Viedma Río Negro
Jorgela Argañarás